El Desafío Actual de la Opción Humanista Cristiana
Los caminos del Humanismo Cristiano
Los chilenos y chilenas que nos hemos identificado y comprometido desde siempre con la opción humanista cristiana queremos reiterar el sentido histórico de este compromiso. El Humanismo Cristiano es una profunda corriente de pensamiento y acción, de carácter ético e intelectual, que se enraíza en el testimonio de Cristo en su mensaje del Nuevo Testamento. En la antigüedad, el medioevo y el renacimiento se nutre de la experiencia de las comunidades primigenias, de los primeros pastores, y de figuras como San Agustín, San Francisco de Asís, Santo Tomás de Aquino, Erasmo y Santo Tomás Moro. En la modernidad fueron las Encíclicas Sociales, Rerum Novarum, seguida de Quadragesimo Anno, Centesimus Annus y muchas que les siguieron hasta hoy, las que motivaron a miles de hombres y mujeres a tomar sobre sus hombros la tarea de construir en el mundo, también en Chile, una sociedad fundada en los valores evangélicos. Luego de los horrores de las dos Guerras Mundiales, incluido el genocidio provocado por el nazismo y el fascismo y el progresivo conocimiento de los escalofriantes sufrimientos humanos asociados a los socialismos reales, fue surgiendo y vitalizándose una versión contemporánea del humanismo cristiano. Entre otros muchos se distinguió especialmente el pensamiento de Jacques Maritain, quien fue en 1948 uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de las Naciones Unidas, cuyos principios son hoy reconocidos en todo el mundo, en más de 330 lenguas diferentes.
En Chile, jóvenes como Eduardo Frei M., Bernardo Leighton, Manuel Garretón, Radomiro Tomic, Ignacio Palma, Tomás Reyes y muchos más, convergieron y conformaron la argamasa desde donde propusieron un nuevo proyecto político, primero desde la Juventud Conservadora, luego desde la Falange Nacional y finalmente, desde la Democracia Cristiana. Desde su origen, una característica central de este nuevo referente fue su carácter no confesional y pluralista. Un destacado demócrata cristiano, como Jaime Castillo Velasco, fue agnóstico gran parte de su vida. Sin perjuicio de ello, fue la expresión más reconocida de la ideología y doctrina humanista cristiana en Chile. Su compromiso fue totalmente coherente y consecuente, en la teoría y en la acción, como lo demostró con su heroico testimonio por la defensa y promoción de los derechos humanos, después del golpe militar.
Tal como lo ha planteado la Conferencia Episcopal de Chile, el Humanismo Cristiano entre nosotros no es propiedad de nadie en particular. Es un patrimonio común del que nadie puede apropiarse en forma exclusiva ni oportunista, según las circunstancias políticas. Es una doctrina y una práctica que se articulan en una opción ética que permite discernir comportamientos políticos, sociales, económicos y culturales con sentido práctico, tanto en lo nacional, como en lo internacional. La opción humanista cristiana tiene consecuencias importantes en la vida de las personas: se toma un camino y se desecha otro, según su coherencia lógica y su consistencia ética. Aquello es lo que asigna credibilidad y confianza a las propuestas y comportamientos de quienes asumen rectamente la opción humanista cristiana en la acción política.
La dignidad inalienable de la persona humana, la libertad, la fraternidad, el valor fundamental del trabajo, fueron los ideales que llevaron a Clotario Blest y a Manuel Bustos a construir con generosidad y valentía, junto a muchos más de diversos pensamientos ideológicos, el desarrollo del movimiento sindical chileno. Ese mismo compromiso humanista cristiano fue el que asumieron como pastores con tanta pasión e intensidad el Padre Alberto Hurtado, hoy Santo de la Iglesia Católica, Manuel Larraín, Raúl Silva Henríquez, Enrique Alvear, Fernando Ariztía, y tantos otros. Todos ellos lo hicieron, más allá de sus diferencias con otros de su mismo credo religioso. Asumieron el compromiso personal y social de encarnar los valores del cristianismo en una sociedad como la chilena, la que pese a ser abrumadoramente católica, mostraba injusticias y desigualdades escandalosas e inaceptables -muchas de las cuales perduran- pese a las exigencias evangélicas o de un concepto secularizado de justicia y equidad.
Fue así cómo en los años 60, el testimonio práctico de estos chilenos dio inicio a la liberación del campesinado, sometido a una dominación ancestral. Lo hicieron entregando primero las tierras de la Iglesia a las comunidades de sus trabajadores. Luego se aprobó institucionalmente la sindicalización campesina, y así tuvo lugar el enorme paso político que significó dar rango constitucional al concepto de “función social de la propiedad”, para implementar una Reforma Agraria que dio dignidad a millones de chilenos y chilenas del campo. Esta opción cambió uno de los pilares fundamentales de la injusta sociedad tradicional. En esos mismos años la Promoción Popular permitió a millones de chilenos organizarse en Juntas de Vecinos y Centros de Madres para participar activamente en la sociedad. La sindicalización en los centros urbanos e industriales experimentó un salto profundo, superando el 20%, y se generó un significativo avance en las condiciones laborales de los trabajadores chilenos. El impulso al cooperativismo en el campo y la ciudad mostró en ese entonces que era posible establecer un nuevo tipo de organización, fundada en la primacía del trabajo sobre el capital. Sin embargo, esa alternativa sería destruida por la dictadura y su modelo económico “neoliberal”.
Luego de la polarización política de inicios de los 70 y de la caída del régimen democrático, los mismos humanistas cristianos esta vez encabezados por Bernardo Leighton y otros en lo político, así como por el Cardenal Raúl Silva Henríquez en lo espiritual, dieron testimonio de su rechazo al régimen de fuerza que se instauraba, y a su inevitable secuela de represión, dolor y muerte. En esos años, nos sentimos aún más interpelados por el Humanismo Cristiano. Aprendimos a valorar el aporte de hombres y mujeres de otras corrientes doctrinarias e ideológicas, también humanistas, convergiendo así gradualmente en iniciativas orientadas a mantener la esperanza en la recuperación de la democracia plena. En 1980 tuvo lugar un hito fundamental de esa lucha: Eduardo Frei Montalva encabezó el rechazo “en la forma y el fondo” a la propuesta de Constitución de Pinochet, en el acto por el No en el Teatro Caupolicán.
Las violaciones y la defensa de los derechos humanos en Chile
En esos años duros para Chile, los humanistas cristianos no callaron contra la arbitrariedad y el crimen institucionalizados. Algunos fueron asesinados, o hechos desaparecer; otros objeto de atentados, exiliados, relegados y perseguidos. Expulsados de las Universidades y de sus fuentes laborales, muchos fueron marginados de la posibilidad de desarrollarse profesionalmente. Los humanistas cristianos estuvieron junto al Cardenal Silva Henríquez en la Vicaría de la Solidaridad. Defendieron los derechos humanos conculcados, convergiendo junto a hombres y mujeres de otras raíces filosóficas para crear la Comisión Chilena de Derechos Humanos y posteriormente la Comisión Nacional Pro Derechos de la Juventud. Trabajaron en la defensa del sistema autogestionario. Respaldaron y colaboraron, primero en la radio Balmaceda, y luego en Cooperativa y Chilena, baluartes de libertad en los medios de comunicación radial, así como dieron testimonio en la prensa escrita. Las revistas Hoy, Análisis, Cauce y Apsi; el diario La Época, Fortín Mapocho y tantos más dieron la posibilidad de manifestar libremente las opiniones diferentes de los censores oficiales que controlaban la inmensa mayoría de los medios de comunicación.
En esos años, los humanistas cristianos no estaban colaborando con la dictadura. No ayudaron a impulsar el diseño jurídico ni económico de la mayor concentración de poder que haya conocido nuestra patria en su historia independiente. No fueron nombrados a dedo para controlar las organizaciones estudiantiles, sindicales, gremiales o profesionales, ni agredían impunemente a sus propios compañeros a vista y paciencia de las autoridades. No se quedaron con los bienes públicos privatizados mediante procedimientos oscuros que ellos mismos inventaron y controlaron. Menos usufructuaron de las condiciones del mercado, para especular y construir fortunas personales.
El rol de los humanistas cristianos fue clave en los procesos de convergencia social, que permitieron reconstituir y dar conducción al movimiento sindical y al movimiento estudiantil. El avance en las luchas democratizadoras se reflejaría en la creación de instancias como el Grupo de los 24, la Alianza Democrática, el Prodem, la Asamblea de la Civilidad, el Comité por las Elecciones Libres, hasta llegar a la Concertación de Partidos por el No, y finalmente a la Concertación de Partidos por la Democracia. El requisito fundamental para incorporarse a esos referentes fue siempre el de adherir a la democracia, la justicia social y la no violencia como método para poner término al régimen autoritario. El basamento angular de ese acuerdo radica, análogamente a lo señalado por Maritain respecto de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en una “ideología práctica fundamental y en principios de acción fundamentales implícitamente reconocidos hoy, por la conciencia de los pueblos libres. Constituyen una suerte de residuo común, una especie de ley común no escrita, por la convergencia práctica de ideologías, teorías y tradiciones espirituales ampliamente diferentes”.
En estos casi 16 años de democracia reconquistada, hemos aportado, con lealtad y dedicación, al cumplimiento de los propósitos de consolidar la democracia, el desarrollo, la libertad, la equidad, la mayor justicia, la lucha contra la miseria, la construcción de una sociedad incluyente, la conformación de una cultura digna y de convivencia en paz, con plena incorporación de Chile al mundo moderno y mucho más. Esto se ha hecho con los gobiernos encabezados por Patricio Aylwin A. Eduardo Frei R.-T. y Ricardo Lagos E., desde el Congreso y a partir de la sociedad y sus organizaciones. La inmensa mayoría reconoce que Chile es hoy otro país. Ante la próxima decisión ciudadana, hemos considerado oportuno hacer público este planteamiento para hacer presente al país algunos elementos fundamentales, que siendo veraces han sido hasta ahora callados. Con respeto y serenidad, damos a conocer nuestro planteamiento.
La próxima elección presidencial
Tenemos una profunda preocupación respecto de la candidatura ahora única de la Alianza, encabezada por Sebastián Piñera. Aunque él efectivamente mostró en 1980 preocupación por la democracia votando por el No a la Constitución, sus socios principales fueron cómplices y encubridores de los victimarios, o al menos callaron o pecaron por omisión. Cuando fue más imprescindible, no depusieron sus intereses particulares para defender el valor fundamental de la persona humana. Ellos conformaron altos cuadros gubernamentales, fueron miembros de las peculiares comisiones legislativas de los años de la dictadura, y validaron y legitimaron los atropellos a los derechos humanos y la mofa a la democracia que representó la redacción y aprobación del texto constitucional de 1980. Lejos de haber un realineamiento político significativo respecto de 1988 y 1989, vemos que la Alianza se sostiene hoy en los mismos actores que sustentaron política y socialmente la “obra” de Pinochet y que siguen empeñados en su defensa.
La candidatura presidencial de la Alianza tiene como socios estratégicos a quienes han demostrado en forma reiterada que son capaces de manejar el poder sin contemplaciones. La gigantesca concentración de poder económico, social y político que representaría su eventual elección, afectaría gravemente el proceso de profundización de nuestra democracia, y sería una tragedia para el equilibrio de nuestra convivencia. Más aún, nos pone ante el peligro de un gobierno populista de derecha, semejante a los que ha sido tan nefastos en otras naciones de América Latina por sus problemas de gobernabilidad.
Estimamos preocupante para la transparencia y lucha contra la corrupción en la gestión pública, la recurrencia de importantes intereses patrimoniales y corporativos asociados a esa candidatura presidencial. Esas son condiciones que no fijan un límite claro entre el interés privado y el interés público, entre el dinero y la política. A estas alturas nos preguntamos legítimamente cómo es posible que Sebastián Piñera aún no haya declarado su patrimonio financiero y los intereses empresariales en los que participa.
El país no puede retroceder a un modelo en el que los sectores más poderosos de la sociedad, que han tenido un acceso más fácil al Estado y a las decisiones públicas, vuelvan a tener un acceso aún mayor y más privilegiado. Eso representaría un desequilibrio social y político que afectaría la gobernabilidad y la credibilidad del país.
Hacia una cultura de la solidaridad verificada en una economía de la solidaridad
Desde nuestra opción humanista cristiana, con clara consciencia de las circunstancias actuales y de las tareas que deben ser abordadas por el próximo gobierno, pensamos que sin duda serían mejor resueltas por la alternativa política ciudadana representada por Michelle Bachelet.
Para nosotros sigue teniendo total validez la tarea de construir una sociedad justa, libre y sustentada en el respeto a la dignidad de la persona humana. Nuestra tarea sigue siendo la de construir una democracia participativa, fundada en espacios públicos libres y pluralistas, adecuados a las condiciones del siglo XXI, sobre los cuales se constituya nuestra vida común. Chile requiere, especialmente ahora, deliberar sobre la política y la construcción de una ciudadanía activa y fuerte. Para el humanismo cristiano, es vital asegurar una adecuada representación de la ciudadanía en el cuerpo político. Es necesario otorgar a los diversos sectores la posibilidad de contribuir al debate y a las decisiones en los asuntos públicos. Este es un asunto fundamental de la conformación de la sociedad. Por eso el binominalismo, que es un producto del autoritarismo claramente diseñado para excluir y segregar a cientos de miles de chilenos del cuerpo político, debe terminar de una vez por todas. También los chilenos y chilenas debemos dar término a los quórum calificados de las leyes orgánicas, los que mantienen el mismo carácter de imposición y conservación del modelo autoritario que el conjunto original de la Constitución de 1980. Nos parece que Chile merece una Carta Magna que podamos discutir y debatir con plena libertad, sin miedos fundados en el temor irracional a la expresión democrática de la ciudadanía.
Necesitamos subordinar la economía a la persona humana, poniendo al mercado al servicio de su dignidad y de la del trabajo humano, por sobre la propiedad individual. Son principios superiores del humanismo la sustentabilidad social, económica y ambiental, así como la identidad cultural del país. Por eso, tenemos que avanzar resueltamente hacia una real economía social de mercado. Del mismo modo, hay que hacer efectiva la profunda igualdad en la dignidad de las personas, consensuando e implementando profundos cambios en nuestras políticas sociales, de manera de contar con un Estado que asegure el acceso a servicios sociales básicos de calidad y a una previsión social, evitando así la reproducción de las diferencias sociales heredadas.
La solidaridad y el comunitarismo, fundados en el valor de la dimensión social de la persona humana, reconoce la importancia de las comunidades y de sus organizaciones. Es por eso paradójico que una autocalificada candidatura “humanista cristiana” se aparte, en su primer enunciado programático, tan notoria y decisivamente de esta opción. Se define allí el proceso de desarrollo como la “expansión de las libertades reales de… las personas”. Bien sabemos quienes vivimos la experiencia de la dictadura que las libertades individuales son un aspecto fundamental del desarrollo, pero para nosotros el desarrollo humano es mucho más amplio que las libertades individuales de carácter económico, pues aquel se refiere a la estructuración de las identidades sociales desde las más pequeñas comunidades, como la familia, hasta el conjunto de la vida nacional. Desde la cuna hasta la vejez.
Nuestra perspectiva del Humanismo Cristiano no entiende el desarrollo del país como la sumatoria de los progresos individuales resultantes de la operación de los mercados. Nuestra visión es contradictoria con la del reduccionismo economicista liberal. Por eso, es compatible con otros humanismos laicos, evangélicos y muchos otros más, provenientes de las más variadas inspiraciones del pensamiento humano.
Reclamamos una cultura de la solidaridad y los derechos humanos. En particular, añoramos que nuestra cultura, en todas sus expresiones y en todos sus niveles, se empape de los valores y principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Que ellos se transformen en un elemento articulador de nuestra vocación e identidad como nación, involucrando al sistema educativo, así como a los medios de comunicación, y la acción de los organismos públicos, incluyendo el compromiso internacional del Estado con la promoción y resguardo de estos derechos.
Históricamente, los humanistas cristianos chilenos tuvieron una marcada identidad latinoamericana. Nuestro país requiere asegurar para sí un papel relevante en la región, abriendo y profundizando una agenda política latinoamericana. Sustentada en una mirada integral de sus dimensiones políticas, económicas, sociales y culturales. Una política internacional que no limite las relaciones con nuestros vecinos, en forma exclusiva y arrogante, sólo a la búsqueda de “buenos negocios”, lo que sería un desastre a mediano y largo plazo para el país. Especialmente peligrosa nos parece la propuesta de comprometer a Chile en una asociación estratégica de amplias y vagas perspectivas militares en forma casi exclusiva con los Estados Unidos, cuyo actual gobierno está embarcado en una política internacional ultra conservadora, totalmente ajena al sentir y aspiraciones de nuestro pueblo.
Creemos que los chilenos tenemos ante nosotros una tarea que no es pequeña. El país está en condiciones de dar un nuevo salto histórico. Debe elegir a una persona que pueda convocar a todos los chilenos sin exclusiones, a construir un espacio común, un lugar de todos y para todos. Una patria para todos.
Nosotros no dudamos en optar por un proyecto que asegure la promoción de un modelo de desarrollo de carácter integral, basado en principios éticos, enraizado en la historia, y proyectado hacia un mejor futuro para todos los chilenos. Para nosotros, como lo dijera con visión profunda Radomiro Tomic en 1970, el destino democrático del país se asocia indisolublemente a la cultura de la solidaridad, la mística del sacrificio y el trabajo compartido.
Por nuestra historia común y por la indispensable consistencia ético-política, los abajo firmantes entregamos nuestro apoyo a Michelle Bachelet, y confiamos que como primera Presidenta de la República de Chile, encauzará una amplia voluntad mayoritaria. Estamos seguros que entregará todas sus energías en sus cuatro años de mandato democrático al inicio de un nuevo estilo de hacer política y de construir un país: con la gente, compartiendo los esfuerzos y los frutos del sacrificio común, con un horizonte de futuro digno para todos nuestros hijos.
Invitamos a todos los humanistas cristianos a compartir este compromiso, que se enraíza en el ejemplo de las generaciones anteriores. Invitamos a los hombres y mujeres de esta tierra a construir el futuro de Chile sobre los sólidos cimientos de una cultura de la solidaridad, del trabajo y el amor a la patria.
Los chilenos y chilenas que nos hemos identificado y comprometido desde siempre con la opción humanista cristiana queremos reiterar el sentido histórico de este compromiso. El Humanismo Cristiano es una profunda corriente de pensamiento y acción, de carácter ético e intelectual, que se enraíza en el testimonio de Cristo en su mensaje del Nuevo Testamento. En la antigüedad, el medioevo y el renacimiento se nutre de la experiencia de las comunidades primigenias, de los primeros pastores, y de figuras como San Agustín, San Francisco de Asís, Santo Tomás de Aquino, Erasmo y Santo Tomás Moro. En la modernidad fueron las Encíclicas Sociales, Rerum Novarum, seguida de Quadragesimo Anno, Centesimus Annus y muchas que les siguieron hasta hoy, las que motivaron a miles de hombres y mujeres a tomar sobre sus hombros la tarea de construir en el mundo, también en Chile, una sociedad fundada en los valores evangélicos. Luego de los horrores de las dos Guerras Mundiales, incluido el genocidio provocado por el nazismo y el fascismo y el progresivo conocimiento de los escalofriantes sufrimientos humanos asociados a los socialismos reales, fue surgiendo y vitalizándose una versión contemporánea del humanismo cristiano. Entre otros muchos se distinguió especialmente el pensamiento de Jacques Maritain, quien fue en 1948 uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de las Naciones Unidas, cuyos principios son hoy reconocidos en todo el mundo, en más de 330 lenguas diferentes.
En Chile, jóvenes como Eduardo Frei M., Bernardo Leighton, Manuel Garretón, Radomiro Tomic, Ignacio Palma, Tomás Reyes y muchos más, convergieron y conformaron la argamasa desde donde propusieron un nuevo proyecto político, primero desde la Juventud Conservadora, luego desde la Falange Nacional y finalmente, desde la Democracia Cristiana. Desde su origen, una característica central de este nuevo referente fue su carácter no confesional y pluralista. Un destacado demócrata cristiano, como Jaime Castillo Velasco, fue agnóstico gran parte de su vida. Sin perjuicio de ello, fue la expresión más reconocida de la ideología y doctrina humanista cristiana en Chile. Su compromiso fue totalmente coherente y consecuente, en la teoría y en la acción, como lo demostró con su heroico testimonio por la defensa y promoción de los derechos humanos, después del golpe militar.
Tal como lo ha planteado la Conferencia Episcopal de Chile, el Humanismo Cristiano entre nosotros no es propiedad de nadie en particular. Es un patrimonio común del que nadie puede apropiarse en forma exclusiva ni oportunista, según las circunstancias políticas. Es una doctrina y una práctica que se articulan en una opción ética que permite discernir comportamientos políticos, sociales, económicos y culturales con sentido práctico, tanto en lo nacional, como en lo internacional. La opción humanista cristiana tiene consecuencias importantes en la vida de las personas: se toma un camino y se desecha otro, según su coherencia lógica y su consistencia ética. Aquello es lo que asigna credibilidad y confianza a las propuestas y comportamientos de quienes asumen rectamente la opción humanista cristiana en la acción política.
La dignidad inalienable de la persona humana, la libertad, la fraternidad, el valor fundamental del trabajo, fueron los ideales que llevaron a Clotario Blest y a Manuel Bustos a construir con generosidad y valentía, junto a muchos más de diversos pensamientos ideológicos, el desarrollo del movimiento sindical chileno. Ese mismo compromiso humanista cristiano fue el que asumieron como pastores con tanta pasión e intensidad el Padre Alberto Hurtado, hoy Santo de la Iglesia Católica, Manuel Larraín, Raúl Silva Henríquez, Enrique Alvear, Fernando Ariztía, y tantos otros. Todos ellos lo hicieron, más allá de sus diferencias con otros de su mismo credo religioso. Asumieron el compromiso personal y social de encarnar los valores del cristianismo en una sociedad como la chilena, la que pese a ser abrumadoramente católica, mostraba injusticias y desigualdades escandalosas e inaceptables -muchas de las cuales perduran- pese a las exigencias evangélicas o de un concepto secularizado de justicia y equidad.
Fue así cómo en los años 60, el testimonio práctico de estos chilenos dio inicio a la liberación del campesinado, sometido a una dominación ancestral. Lo hicieron entregando primero las tierras de la Iglesia a las comunidades de sus trabajadores. Luego se aprobó institucionalmente la sindicalización campesina, y así tuvo lugar el enorme paso político que significó dar rango constitucional al concepto de “función social de la propiedad”, para implementar una Reforma Agraria que dio dignidad a millones de chilenos y chilenas del campo. Esta opción cambió uno de los pilares fundamentales de la injusta sociedad tradicional. En esos mismos años la Promoción Popular permitió a millones de chilenos organizarse en Juntas de Vecinos y Centros de Madres para participar activamente en la sociedad. La sindicalización en los centros urbanos e industriales experimentó un salto profundo, superando el 20%, y se generó un significativo avance en las condiciones laborales de los trabajadores chilenos. El impulso al cooperativismo en el campo y la ciudad mostró en ese entonces que era posible establecer un nuevo tipo de organización, fundada en la primacía del trabajo sobre el capital. Sin embargo, esa alternativa sería destruida por la dictadura y su modelo económico “neoliberal”.
Luego de la polarización política de inicios de los 70 y de la caída del régimen democrático, los mismos humanistas cristianos esta vez encabezados por Bernardo Leighton y otros en lo político, así como por el Cardenal Raúl Silva Henríquez en lo espiritual, dieron testimonio de su rechazo al régimen de fuerza que se instauraba, y a su inevitable secuela de represión, dolor y muerte. En esos años, nos sentimos aún más interpelados por el Humanismo Cristiano. Aprendimos a valorar el aporte de hombres y mujeres de otras corrientes doctrinarias e ideológicas, también humanistas, convergiendo así gradualmente en iniciativas orientadas a mantener la esperanza en la recuperación de la democracia plena. En 1980 tuvo lugar un hito fundamental de esa lucha: Eduardo Frei Montalva encabezó el rechazo “en la forma y el fondo” a la propuesta de Constitución de Pinochet, en el acto por el No en el Teatro Caupolicán.
Las violaciones y la defensa de los derechos humanos en Chile
En esos años duros para Chile, los humanistas cristianos no callaron contra la arbitrariedad y el crimen institucionalizados. Algunos fueron asesinados, o hechos desaparecer; otros objeto de atentados, exiliados, relegados y perseguidos. Expulsados de las Universidades y de sus fuentes laborales, muchos fueron marginados de la posibilidad de desarrollarse profesionalmente. Los humanistas cristianos estuvieron junto al Cardenal Silva Henríquez en la Vicaría de la Solidaridad. Defendieron los derechos humanos conculcados, convergiendo junto a hombres y mujeres de otras raíces filosóficas para crear la Comisión Chilena de Derechos Humanos y posteriormente la Comisión Nacional Pro Derechos de la Juventud. Trabajaron en la defensa del sistema autogestionario. Respaldaron y colaboraron, primero en la radio Balmaceda, y luego en Cooperativa y Chilena, baluartes de libertad en los medios de comunicación radial, así como dieron testimonio en la prensa escrita. Las revistas Hoy, Análisis, Cauce y Apsi; el diario La Época, Fortín Mapocho y tantos más dieron la posibilidad de manifestar libremente las opiniones diferentes de los censores oficiales que controlaban la inmensa mayoría de los medios de comunicación.
En esos años, los humanistas cristianos no estaban colaborando con la dictadura. No ayudaron a impulsar el diseño jurídico ni económico de la mayor concentración de poder que haya conocido nuestra patria en su historia independiente. No fueron nombrados a dedo para controlar las organizaciones estudiantiles, sindicales, gremiales o profesionales, ni agredían impunemente a sus propios compañeros a vista y paciencia de las autoridades. No se quedaron con los bienes públicos privatizados mediante procedimientos oscuros que ellos mismos inventaron y controlaron. Menos usufructuaron de las condiciones del mercado, para especular y construir fortunas personales.
El rol de los humanistas cristianos fue clave en los procesos de convergencia social, que permitieron reconstituir y dar conducción al movimiento sindical y al movimiento estudiantil. El avance en las luchas democratizadoras se reflejaría en la creación de instancias como el Grupo de los 24, la Alianza Democrática, el Prodem, la Asamblea de la Civilidad, el Comité por las Elecciones Libres, hasta llegar a la Concertación de Partidos por el No, y finalmente a la Concertación de Partidos por la Democracia. El requisito fundamental para incorporarse a esos referentes fue siempre el de adherir a la democracia, la justicia social y la no violencia como método para poner término al régimen autoritario. El basamento angular de ese acuerdo radica, análogamente a lo señalado por Maritain respecto de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en una “ideología práctica fundamental y en principios de acción fundamentales implícitamente reconocidos hoy, por la conciencia de los pueblos libres. Constituyen una suerte de residuo común, una especie de ley común no escrita, por la convergencia práctica de ideologías, teorías y tradiciones espirituales ampliamente diferentes”.
En estos casi 16 años de democracia reconquistada, hemos aportado, con lealtad y dedicación, al cumplimiento de los propósitos de consolidar la democracia, el desarrollo, la libertad, la equidad, la mayor justicia, la lucha contra la miseria, la construcción de una sociedad incluyente, la conformación de una cultura digna y de convivencia en paz, con plena incorporación de Chile al mundo moderno y mucho más. Esto se ha hecho con los gobiernos encabezados por Patricio Aylwin A. Eduardo Frei R.-T. y Ricardo Lagos E., desde el Congreso y a partir de la sociedad y sus organizaciones. La inmensa mayoría reconoce que Chile es hoy otro país. Ante la próxima decisión ciudadana, hemos considerado oportuno hacer público este planteamiento para hacer presente al país algunos elementos fundamentales, que siendo veraces han sido hasta ahora callados. Con respeto y serenidad, damos a conocer nuestro planteamiento.
La próxima elección presidencial
Tenemos una profunda preocupación respecto de la candidatura ahora única de la Alianza, encabezada por Sebastián Piñera. Aunque él efectivamente mostró en 1980 preocupación por la democracia votando por el No a la Constitución, sus socios principales fueron cómplices y encubridores de los victimarios, o al menos callaron o pecaron por omisión. Cuando fue más imprescindible, no depusieron sus intereses particulares para defender el valor fundamental de la persona humana. Ellos conformaron altos cuadros gubernamentales, fueron miembros de las peculiares comisiones legislativas de los años de la dictadura, y validaron y legitimaron los atropellos a los derechos humanos y la mofa a la democracia que representó la redacción y aprobación del texto constitucional de 1980. Lejos de haber un realineamiento político significativo respecto de 1988 y 1989, vemos que la Alianza se sostiene hoy en los mismos actores que sustentaron política y socialmente la “obra” de Pinochet y que siguen empeñados en su defensa.
La candidatura presidencial de la Alianza tiene como socios estratégicos a quienes han demostrado en forma reiterada que son capaces de manejar el poder sin contemplaciones. La gigantesca concentración de poder económico, social y político que representaría su eventual elección, afectaría gravemente el proceso de profundización de nuestra democracia, y sería una tragedia para el equilibrio de nuestra convivencia. Más aún, nos pone ante el peligro de un gobierno populista de derecha, semejante a los que ha sido tan nefastos en otras naciones de América Latina por sus problemas de gobernabilidad.
Estimamos preocupante para la transparencia y lucha contra la corrupción en la gestión pública, la recurrencia de importantes intereses patrimoniales y corporativos asociados a esa candidatura presidencial. Esas son condiciones que no fijan un límite claro entre el interés privado y el interés público, entre el dinero y la política. A estas alturas nos preguntamos legítimamente cómo es posible que Sebastián Piñera aún no haya declarado su patrimonio financiero y los intereses empresariales en los que participa.
El país no puede retroceder a un modelo en el que los sectores más poderosos de la sociedad, que han tenido un acceso más fácil al Estado y a las decisiones públicas, vuelvan a tener un acceso aún mayor y más privilegiado. Eso representaría un desequilibrio social y político que afectaría la gobernabilidad y la credibilidad del país.
Hacia una cultura de la solidaridad verificada en una economía de la solidaridad
Desde nuestra opción humanista cristiana, con clara consciencia de las circunstancias actuales y de las tareas que deben ser abordadas por el próximo gobierno, pensamos que sin duda serían mejor resueltas por la alternativa política ciudadana representada por Michelle Bachelet.
Para nosotros sigue teniendo total validez la tarea de construir una sociedad justa, libre y sustentada en el respeto a la dignidad de la persona humana. Nuestra tarea sigue siendo la de construir una democracia participativa, fundada en espacios públicos libres y pluralistas, adecuados a las condiciones del siglo XXI, sobre los cuales se constituya nuestra vida común. Chile requiere, especialmente ahora, deliberar sobre la política y la construcción de una ciudadanía activa y fuerte. Para el humanismo cristiano, es vital asegurar una adecuada representación de la ciudadanía en el cuerpo político. Es necesario otorgar a los diversos sectores la posibilidad de contribuir al debate y a las decisiones en los asuntos públicos. Este es un asunto fundamental de la conformación de la sociedad. Por eso el binominalismo, que es un producto del autoritarismo claramente diseñado para excluir y segregar a cientos de miles de chilenos del cuerpo político, debe terminar de una vez por todas. También los chilenos y chilenas debemos dar término a los quórum calificados de las leyes orgánicas, los que mantienen el mismo carácter de imposición y conservación del modelo autoritario que el conjunto original de la Constitución de 1980. Nos parece que Chile merece una Carta Magna que podamos discutir y debatir con plena libertad, sin miedos fundados en el temor irracional a la expresión democrática de la ciudadanía.
Necesitamos subordinar la economía a la persona humana, poniendo al mercado al servicio de su dignidad y de la del trabajo humano, por sobre la propiedad individual. Son principios superiores del humanismo la sustentabilidad social, económica y ambiental, así como la identidad cultural del país. Por eso, tenemos que avanzar resueltamente hacia una real economía social de mercado. Del mismo modo, hay que hacer efectiva la profunda igualdad en la dignidad de las personas, consensuando e implementando profundos cambios en nuestras políticas sociales, de manera de contar con un Estado que asegure el acceso a servicios sociales básicos de calidad y a una previsión social, evitando así la reproducción de las diferencias sociales heredadas.
La solidaridad y el comunitarismo, fundados en el valor de la dimensión social de la persona humana, reconoce la importancia de las comunidades y de sus organizaciones. Es por eso paradójico que una autocalificada candidatura “humanista cristiana” se aparte, en su primer enunciado programático, tan notoria y decisivamente de esta opción. Se define allí el proceso de desarrollo como la “expansión de las libertades reales de… las personas”. Bien sabemos quienes vivimos la experiencia de la dictadura que las libertades individuales son un aspecto fundamental del desarrollo, pero para nosotros el desarrollo humano es mucho más amplio que las libertades individuales de carácter económico, pues aquel se refiere a la estructuración de las identidades sociales desde las más pequeñas comunidades, como la familia, hasta el conjunto de la vida nacional. Desde la cuna hasta la vejez.
Nuestra perspectiva del Humanismo Cristiano no entiende el desarrollo del país como la sumatoria de los progresos individuales resultantes de la operación de los mercados. Nuestra visión es contradictoria con la del reduccionismo economicista liberal. Por eso, es compatible con otros humanismos laicos, evangélicos y muchos otros más, provenientes de las más variadas inspiraciones del pensamiento humano.
Reclamamos una cultura de la solidaridad y los derechos humanos. En particular, añoramos que nuestra cultura, en todas sus expresiones y en todos sus niveles, se empape de los valores y principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Que ellos se transformen en un elemento articulador de nuestra vocación e identidad como nación, involucrando al sistema educativo, así como a los medios de comunicación, y la acción de los organismos públicos, incluyendo el compromiso internacional del Estado con la promoción y resguardo de estos derechos.
Históricamente, los humanistas cristianos chilenos tuvieron una marcada identidad latinoamericana. Nuestro país requiere asegurar para sí un papel relevante en la región, abriendo y profundizando una agenda política latinoamericana. Sustentada en una mirada integral de sus dimensiones políticas, económicas, sociales y culturales. Una política internacional que no limite las relaciones con nuestros vecinos, en forma exclusiva y arrogante, sólo a la búsqueda de “buenos negocios”, lo que sería un desastre a mediano y largo plazo para el país. Especialmente peligrosa nos parece la propuesta de comprometer a Chile en una asociación estratégica de amplias y vagas perspectivas militares en forma casi exclusiva con los Estados Unidos, cuyo actual gobierno está embarcado en una política internacional ultra conservadora, totalmente ajena al sentir y aspiraciones de nuestro pueblo.
Creemos que los chilenos tenemos ante nosotros una tarea que no es pequeña. El país está en condiciones de dar un nuevo salto histórico. Debe elegir a una persona que pueda convocar a todos los chilenos sin exclusiones, a construir un espacio común, un lugar de todos y para todos. Una patria para todos.
Nosotros no dudamos en optar por un proyecto que asegure la promoción de un modelo de desarrollo de carácter integral, basado en principios éticos, enraizado en la historia, y proyectado hacia un mejor futuro para todos los chilenos. Para nosotros, como lo dijera con visión profunda Radomiro Tomic en 1970, el destino democrático del país se asocia indisolublemente a la cultura de la solidaridad, la mística del sacrificio y el trabajo compartido.
Por nuestra historia común y por la indispensable consistencia ético-política, los abajo firmantes entregamos nuestro apoyo a Michelle Bachelet, y confiamos que como primera Presidenta de la República de Chile, encauzará una amplia voluntad mayoritaria. Estamos seguros que entregará todas sus energías en sus cuatro años de mandato democrático al inicio de un nuevo estilo de hacer política y de construir un país: con la gente, compartiendo los esfuerzos y los frutos del sacrificio común, con un horizonte de futuro digno para todos nuestros hijos.
Invitamos a todos los humanistas cristianos a compartir este compromiso, que se enraíza en el ejemplo de las generaciones anteriores. Invitamos a los hombres y mujeres de esta tierra a construir el futuro de Chile sobre los sólidos cimientos de una cultura de la solidaridad, del trabajo y el amor a la patria.
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