Cuando venimos de distintas comunas -Ñuñoa, San Joaquín. Colina, La Cisterna, Macul- y de aun más distintos orígenes y realidades, pues ingresamos al Partido a través de las DCU’s, la Oposición contra la Dictadura, desde el mundo de los trabajadores y de la hoy tan remota Revolución en Libertad, es extraño que lleguemos con nuestras distintas edades y experiencias al mismo diagnóstico: La Desilusión.
Sin embargo, al recurrir a los orígenes de nuestra filiación política y a nuestras más ondas motivaciones para adoptarla, es que coincidimos nuevamente: La gran tarea que nos impone nuestra inspiración cristiana, el peso de nuestra misión, fácilmente nos lleva a desencantarnos, pues no perseguimos sólo buenos resultados de las elecciones o de las negociaciones, sino que buscamos hacer verdaderamente de la política -y de nuestras vidas- un ejercicio auténticamente demócrata, esforzándonos día a día por hacerlo cristianamente.
Es por eso que no tenemos los días contados -como lo han pretendido muchos- pues en medio de las elecciones Nacionales e Internas hemos hecho una pausa -sin dejar nuestra lucha por la obtención del poder- para repensarnos y encarnar la comunidad: aquí estamos los cristianos empuñando las armas democráticas.
Exigimos al Partido Demócrata Cristiano -y por ende a nosotros mismo- integrarse a la sociedad y no encerrarse en las Cámaras o los Ministerios, pues así como en Pentecostés los Apóstoles perdieron el miedo y recibieron los dones para salir a predicar el Evangelio, así nosotros debemos salir hoy a practicar y predicar nuestro mensaje.
De nada nos sirven los 24 Puntos de la Falange Nacional, ni la Revolución en Libertad, si hoy caminamos sin sentido por el camino político haciendo las cosas con la única misión de hacer algo correctamente. El desafío es inyectar contenido a nuestras acciones y a las de nuestros representantes en el Gobierno, el Parlamento y en la Organizaciones Comunitarias: No más Administrar, ¡Debemos Gobernar!.
Nuestros planteamientos nunca han sido excluyentes, sin embargo la sociedad así nos trata; fuimos los primeros progresistas, y hoy somos conceptuados como conservadores; somos auténticamente cristianos, y hoy nos cuentan junto a los ‘formalmente’ cristianos. Es por eso que con renovado ánimo debemos salir a compartir nuestras verdaderas posturas y no nuestra opinión por los cuoteos, debemos proponer y no sólo criticar; trabajar en todos los frentes y no hablar del trabajo; debemos amar más y odiar menos.
No venimos desde Oriente u Occidente con valores ajenos al origen de nuestra nación, sin embargo la falta de carácter ha permitido que las tendencias ajenas se impongan. Pues tenemos un sistema individualista en lo social y no cristiano en lo económico y -salvo hechos y personas aisladas- no hemos sabido ocupar los espacios para denunciar y proponer alternativas.
A estas tareas debemos apuntar nuestros esfuerzos, a estas tareas deben dedicarse los dirigentes de base y los de la estructura partidaria, debemos olvidarnos del ejercicio duro o “laguista” de los liderazgos, para salir a escuchar a las personas y definir así los liderazgos que nos han de llevar a trabajar no sólo desde el poder formal, sino también desde sus alternativas, pues es la única manera de que al final del día tengamos no sólo un discurso, sino una tarea concreta a la que invitar a los Chilenos, para construir una verdadera sociedad de hombres libres.
Sin embargo, al recurrir a los orígenes de nuestra filiación política y a nuestras más ondas motivaciones para adoptarla, es que coincidimos nuevamente: La gran tarea que nos impone nuestra inspiración cristiana, el peso de nuestra misión, fácilmente nos lleva a desencantarnos, pues no perseguimos sólo buenos resultados de las elecciones o de las negociaciones, sino que buscamos hacer verdaderamente de la política -y de nuestras vidas- un ejercicio auténticamente demócrata, esforzándonos día a día por hacerlo cristianamente.
Es por eso que no tenemos los días contados -como lo han pretendido muchos- pues en medio de las elecciones Nacionales e Internas hemos hecho una pausa -sin dejar nuestra lucha por la obtención del poder- para repensarnos y encarnar la comunidad: aquí estamos los cristianos empuñando las armas democráticas.
Exigimos al Partido Demócrata Cristiano -y por ende a nosotros mismo- integrarse a la sociedad y no encerrarse en las Cámaras o los Ministerios, pues así como en Pentecostés los Apóstoles perdieron el miedo y recibieron los dones para salir a predicar el Evangelio, así nosotros debemos salir hoy a practicar y predicar nuestro mensaje.
De nada nos sirven los 24 Puntos de la Falange Nacional, ni la Revolución en Libertad, si hoy caminamos sin sentido por el camino político haciendo las cosas con la única misión de hacer algo correctamente. El desafío es inyectar contenido a nuestras acciones y a las de nuestros representantes en el Gobierno, el Parlamento y en la Organizaciones Comunitarias: No más Administrar, ¡Debemos Gobernar!.
Nuestros planteamientos nunca han sido excluyentes, sin embargo la sociedad así nos trata; fuimos los primeros progresistas, y hoy somos conceptuados como conservadores; somos auténticamente cristianos, y hoy nos cuentan junto a los ‘formalmente’ cristianos. Es por eso que con renovado ánimo debemos salir a compartir nuestras verdaderas posturas y no nuestra opinión por los cuoteos, debemos proponer y no sólo criticar; trabajar en todos los frentes y no hablar del trabajo; debemos amar más y odiar menos.
No venimos desde Oriente u Occidente con valores ajenos al origen de nuestra nación, sin embargo la falta de carácter ha permitido que las tendencias ajenas se impongan. Pues tenemos un sistema individualista en lo social y no cristiano en lo económico y -salvo hechos y personas aisladas- no hemos sabido ocupar los espacios para denunciar y proponer alternativas.
A estas tareas debemos apuntar nuestros esfuerzos, a estas tareas deben dedicarse los dirigentes de base y los de la estructura partidaria, debemos olvidarnos del ejercicio duro o “laguista” de los liderazgos, para salir a escuchar a las personas y definir así los liderazgos que nos han de llevar a trabajar no sólo desde el poder formal, sino también desde sus alternativas, pues es la única manera de que al final del día tengamos no sólo un discurso, sino una tarea concreta a la que invitar a los Chilenos, para construir una verdadera sociedad de hombres libres.